1 de septiembre de 2013

Rubén Sánchez Féliz y Un cuarto lleno de anguilas



Por José Acosta


Hay novelas que lo dicen todo, que desde la primera línea hasta la última desnudan enteramente todo su universo. Si aplicamos el oído en su cubierta oiremos un bullicio, voces que no esconden nada al lector.
            Otras novelas están hechas de grandes silencios, pero eso que callan, eso que no revelan, es a veces más bullicioso que el más tenaz de los discursos. Sus espacios en blanco están llenos de sinuosidades, las luces que dejan apagadas están encendidas en la comprensión del lector. Son obras de la que uno, al terminar de leerlas, dice: "Me dejó pensando".
            Es a esta última categoría (si se le puede llamar así) a la que pertenece Un cuarto lleno de anguilas, del escritor dominicano Rubén Sánchez Féliz. Camus afirma que el esfuerzo de la gran literatura parece consistir en crear universos cerrados o tipos completos. Un cuarto lleno de anguilas es un mundo cerrado, pero a la vez abierto, y esa abertura sólo puede ser cerrada por el lector. Y en cuanto a los tipos, uno de los grandes logros de esta novela es precisamente éste: Nadie más completo que Alan, ese personaje misterioso, cavernario, que aparece como un ave nocturna en las páginas de la novela. Él solo ya es la novela; si sacáramos a Alan, el universo de Un cuarto lleno de anguilas simplemente se vendría abajo.
            Guillermo, el personaje que narra la novela, funge como punto de encuentro, es la encrucijada donde convergen la vida y los acontecimientos que marcan la existencia de los personajes. Pero la mirada de Guillermo está limitada a lo que él es, un narrador en primera persona, un testigo que sólo cuenta lo que ve, que apenas puede traducir lo que sucede a su alrededor.

            Y lo que Guillermo ve lo seduce y a la vez lo asombra hasta el desconcierto. ¿Qué esconde Alan en el cuarto de las anguilas? ¿Por qué su tío Raúl no termina nunca el rompecabezas? ¿Qué hay detrás de todo esto?
            Las respuestas no las tiene Raúl, el único que puede responderlas, y como no las tiene deja estos espacios en blanco. Y la respuesta es que no hay respuesta alguna y a la vez hay muchas respuestas. El golpe que el autor quiere dar, el cuadro que quiere mostrar sin siquiera trazar una línea, es la soledad, el individualismo que es cosa común en la sociedad neoyorquino y, acaso, en la estadounidense. En el universo de Raúl sólo está el rompecabezas y el pasado, marcado por un conflicto amoroso. En suma, Raúl está solo, solo en su propio espacio.
            Alan, por su parte, vive a puertas cerradas consigo mismo. Si en el cuarto de las anguilas hay realmente anguilas, sólo Alan lo sabe, ese es su secreto y tal vez su razón de existir. Alan también está solo.
            Guillermo entra a escena a ver y a comprender, pero su curiosidad no irá más allá de simples miradas de testigo. Él no viene a cambiar nada, no viene a imponer nada, él sólo quiere saber, y nosotros, los lectores, también.
            El mundo novelesco no es más que la corrección de este mundo, según el deseo profundo del hombre. La cita es de Camus. La corrección, en Un cuarto lleno de anguilas, no es moral ni pedagógica, la corrección es metafórica. Guillermo únicamente denuncia lo que está sucediendo a su alrededor, lo muestra, y a la vez lo corrige porque pone al corriente al lector y al hacerlo lo despierta de algo, sea malo o bueno, que ocurre y que quizás se le está yendo de las manos.
            El personaje de Mike representa al inadaptado social, al tipo que se rebela contra lo establecido y toma acción para que se produzca un cambio. Mientras Guillermo es pasivo, Mike es activo. El choque (o asociación) de estos dos personajes produce una suerte de corriente, un empuje, donde el personaje activo arrastra al pasivo. Mike es una suerte de antorcha que muestra con demasiada claridad un lado de la sociedad que está ahí, ante nuestras narices, pero que nos negamos a ver.
            Un cuarto lleno de anguilas es una meticulosa colección de instantes privilegiados, escogidos por el novelista para mostrar, no para decir, esa soledad que todos conocemos, porque la vivimos, pero a la que ni ponemos atención ni procuramos cambiar.
            Una novela bien narrada, con una prosa limpia y escenas de antología. Felicitamos al autor.

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